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Foto del escritorRubén Sales Sales

¿Cuál es la verdadera historia de Los Reyes Magos?


¿Cuáles eran sus nombres?

Uno, Teokeno, luego llamado Melchor, vivía en Media, la tierra de los medos, a orillas del Caspio, quizás al sur del actual Turkmenistán.

El segundo, Mensor, luego llamado Gaspar, de estirpe caldea, gobernaba las islas del Éufrates, tal vez en la actual frontera entre Irán e Irak.

El tercero, Sair, luego llamado Baltasar, venía aún más del sur, quizá de lo que hoy es Kuwait, al sur del lago de Basora.

A Melchor se le atribuye un origen indio; a Gaspar, persa y a Baltasar, árabe.


Hay que decir que esos nombres no son los únicos que se ha atribuido a los magos en la literatura del cristianismo: en griego se llamaron Apelikón, Amerín y Damascón, y en hebreo Magalath, Serakín y Galgalath.


¿Cuál es la verdadera historia?

Los magos vieron la Estrella y se pusieron en camino.

Gaspar y Baltasar estaban juntos en el momento de divisar la luz, así que emprendieron juntos la ruta. Hay que imaginar el largo y vistoso séquito de sirvientes y escoltas, la caravana de mulas y los dromedarios.

Una antigua ruta caravanera bordea el desierto de Arabia y Siria, al sur del Éufrates, para descender a lo que hoy es Jordania. Este es el camino que toman Gaspar y Baltasar.

En cuanto a Melchor, que viaja en solitario y desde el norte, cruza Babilonia para alcanzar a sus compañeros.


Por otro camino, Melchor prefiere viajar junto a Gaspar y Baltasar. De manera que cruza el Tigris y el Éufrates hacia el sur: Sippar, Babilonia, Borsippa, el viejo imperio de Nabucodonosor, ahora en manos de los partos, y se reúne con sus amigos en una ciudad enigmática, en ruinas, una urbe fantasma de la que ya entonces sólo quedaban largas filas de columnas y anchas puertas almenadas, con algunas estatuas de airosa compostura.

¿Cuál era esa ciudad? Es un misterio.

Por la descripción, debió de tratarse de alguna vieja capital edificada en tiempos de Alejandro. Nada, en todo caso, quedaba entonces de ella; menos queda hoy.


Los tres reyes comparten camino durante meses hasta llegar a Judea. Entran en Judea, por el sur, por la tierra de los moabitas, que hoy es una dura meseta caliza y entonces era el reino de los nabateos. Un poco más al sur habrían llegado a la fascinante Petra, esa lujosa ciudad monumental excavada en la piedra del desierto.

Pero los Reyes tuercen a la derecha, hacia el norte. Atraviesan un arroyo que desemboca en el Mar Muerto y se detienen en Metán. Una de las principales rutas caravaneras de oriente terminaba en Dibón, en la orilla este del Mar Muerto, cerca del río Arnón.


La llegada a Jerusalén

Ahora se trata de bordear el Mar Muerto hasta Jerusalén. Los Reyes enfilan hacia el norte y pasan el río Jordán. Hoy aquí hay un puente que llevó el nombre del general Allenby y después se rebautizó con el del rey Hussein. Entonces no había puente, así que los reyes cruzaron en almadías, con todo su multitudinario séquito y sus camellos. Como era sábado, día santo de los judíos, tuvieron que arreglárselas solos: nadie les ayudó. Pasan el Jordán, dejan Jericó a la derecha y, a la izquierda, Qum Ram, donde muchos siglos después aparecerán los manuscritos esenios.


Los Reyes no van directamente a Belén, sino que antes se detienen en Jerusalén. Allí se entrevistan con Herodes, un rey puesto por los romanos para controlar el territorio. Pero Herodes (no confundir con su hijo Herodes Antipas, que es el de la Pasión) dice no saber nada.

Para colmo, la estrella que había guiado a los Reyes deja de verse.

Desolados, los Reyes Magos entienden que nada tienen que hacer allí y acuden a Belén, algo más de cinco kilómetros al sur por el viejo camino de Hebrón. Pasan por el villorrio de Bayt Jala.

¿Por qué? Es un misterio.

El caso es que llegan a Belén. Buscan la gruta en la que ha nacido Dios, como su estrella les dijo. Y lo encuentran.

¿Fue así? No lo sabemos. Pero pudo ser.

Si esta fue la ruta, los Reyes pudieron cubrir unos 2.000 kilómetros, desde los Montes Zagros, Mesopotamia y el Golfo Pérsico, hasta Jerusalén y Belén.

Un largo camino.

Cierto que lo que hallaron en la meta merecía la pena.

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